lunes, 5 de febrero de 2007

Una conversación con una víctima de malos tratos

Esta entrevista que aquí reproduzco, fue preparada meticulosamente. Lo hice a partir de varios cuestionarios que la persona y otra víctima de malos tratos habían realizado. En total, más de 300 cuestiones contestadas fueron la base para realizar las preguntas de la entrevista. Pero nada, no hubo lugar a ella, más bien, fue un monólogo de más de una hora y cuarto de duración.
Me senté frente a ella, conecté la grabadora y comenzó a hablar. A veces más deprisa; a veces más despacio, pero en ningún momento se mostró nerviosa: hacía ya mucho tiempo que había pasado. A veces conseguía realizar alguna pregunta, improvisada, en función de su última afirmación y, a veces, me contestaba…
Sea como fuere, la reproduzco de una manera literal, aunque no completa. Como es obvio, los fragmentos de la conversación que no aparecen aquí, no son relevantes, por no añadir nada, al fenómeno que quiero explicar.

- Yo en ningún momento era consciente de que yo fuese una mujer maltratada. Yo sabía que me pegaban, pero esa noción que yo tengo ahora de la perspectiva de lo que yo era la cogí ya cuando estaba fuera, cuando estaba dentro no lo vi.
- ¿Y cómo crees que era posible que no te dieses cuenta?
- Es una cosa que ni yo misma me lo explico. Quiero creer que tenía 15 años, que yo no sabía nada de hombres porque en mi casa mi madre nos educó, mi padre estaba en Alemania, mi madre nos educó sola y toda la ilusión de mi padre era que a las crías no les pase nada, que no se queden preñadas, porque somos dos hermanas y un hermano. Entonces ella nos crió como buenamente pudo y supo, la mujer y claro, yo no sabía nada, nada de hombres. En ningún aspecto.
En mi casa yo no he visto nunca, nunca, a mis padres discutir, habrán tenido sus discusiones pero yo no he visto discutir, yo no he visto peleas, yo no he visto malas caras, eso yo no lo he visto. Y claro yo me casé con él…
- Ni en tu casa ni en casa de otros familiares.
- No, en casa de mi familia, de mis tíos, mis abuelos, nunca. Eso es una cosa que en mí no… Vamos es que ni se me pasaba por la cabeza que eso pudiese pasar.
La primera vez que lo vi, fue en casa de mis suegros.
Yo soy una persona que no me gustan que me digan lo que debo hacer y un día, en un arrebato, que veníamos de una excursión, él era mi novio, íbamos una cuadrilla y mi madre me dio una ensalada de palos porque me vio de la mano con él y lo poco que me llamó era puta y del cabreo que me dio le dije, pues en el momento que venga me voy con él, que era lo queque era lo que se estilaba antes y me fui con él.
Llegó la noche y con las mismas me monté en su coche y me marché.
No teníamos intención de casarnos pero se empeñaron, por las apariencias. Total, nos casaron. A mí me casaron. Yo tenía 15 años.
- ¿Él cuántos tenía?
- El tenía 21.
El era mayor. Además el sabía mucho más de la vida porque sus padres tenían un bar y el dinero se lo quedaba él, el tenía su coche… Es decir disponía de dinero y de movilidad y era un tío con mucha labia que por eso me decía mi padre que el a mí me había engatusado, que yo era muy tonta porque yo era una persona muy tímida, muy insegura.
Luego de toda esta historia un psicólogo me cambió.
La primera vez que el me dio a mi fue al venir del viaje de novios. En casa de su madre, porque fueron unas amigas mías de Molina, entonces yo trabajaba en Molina, fueron a verme y me comentaron: ¿vamos a darnos una vuelta por el balneario de Archena? Y les dije: pues vale. Y subí a decirle, porque él estaba en la parte de arriba de la casa de su madre y ahí no sé cómo, porque nunca sé cómo han pasado las peleas, se lió. Se lió, porque no le había pedido permiso, porque había dicho que sí sin haber contado antes con él. Total que me dio una ensalada de hostias y bajé a decirle a mis amigas, que me vieron como bajé.
Y esa fue la primera.
Pero claro yo no asimilaba, pues bueno, pues eso ahí está.
Luego al poco tiempo estábamos comiendo en casa de mi suegra.
- ¿Pero no hablaste con él absolutamente nada?
- Con él no se podía hablar.
- ¿Ni te pidió perdon…?
- Nada. Él lo único que me ha dicho es que nunca me ha dado una hostia consciente porque el se ponía como los locos. Mi suegra (decía que él) tenía un defecto, que yo tenía que llevarlo al psiquiatra. Fue, pero no se quiso tomar el tratamiento.
Tienen un defecto que no se les puede llevar la contraria. Eso lo tenía mi suegra, su abuelo, el padre de la madre, y él como no se le podía llevar la contraria porque se ponía como los locos con los ojos inyectados en sangre, yo lo llevé al mismo psiquiatra que había visto a su madre y a su abuelo y me dijo que estaba enfermo, no se que defecto tiene y con un tratamiento... Pero él dijo que no estaba loco y no se tomó el tratamiento.
Me dijo no le lleves la contraria. Era maniático. Si le daba por decir que no tenía que ir a ver a mi madre que mi madre me inculcaba cosas en contra de él y toda la historia pues yo tenía que ver a mi madre a escondidas. Él estaba trabajando cogía mi coche y me iba a ver a mi madre.
- ¿Se lo contaste a tu madre?
- No, mis padres se enteraron… Yo me casé en febrero y nos fuimos a Lérida que él era mecánico y estaba haciendo unas máquinas allí, y un tío mío que era camionero y cuando pasaba, pasaba a verme y una vez que pasó, estábamos en una pensión; la de la pensión le dijo, cuando preguntó por mi: ¿Esta cría es que no tiene familia? Si claro, tiene padres, yo que soy su tío, un hermano. ¿Pues cómo la dejáis con ese hombre que la va a matar? Entonces, claro, mi tío preguntó ¿qué es lo que está pasando? Yo se lo dije, se vino a Murcia, se lo dijo a mi padre y entonces fue mi padre a traerme. El no puso pegas, cogimos y me trajeron para Murcia.
- ¿Cuánto tiempo había pasado?
- Había pasado Desde febrero, 4 ó 5 meses.
Al tiempo vino él, le estuvo llorando a mi padre, que me pegaba, y estaba ya embarazada, que me pegaba porque yo no comía. Porque yo vomitaba, estaba en los primeros meses del embarazo, y porque él lo había visto en su casa. Entonces le dijo mi padre: si no te interesa mi hija coge y tráemela pero tú no le pegues, tú no eres quien para pegarle. Total que por aquello de que me comió el “torrao”, me fui otra vez con él para Lérida.
- ¿Sin condiciones? ¿No le pusiste ninguna condición?
- No. Hablar el tema con él no se hablaba, porque si sacabas el tema se liaba otra vez. Tenía que hacer como que no pasaba nada. Porque aquello era remover otra vez y otra pasada de palos.
- ¿Y no se te pasó por la cabeza no volver con él?
- En esos momentos no.
Me prometió llorando que no lo iba a hacer más, que lo perdonara, que no era consciente… Me volví con él y desde ponerme sogas en el cuello para intentar ahogarme.
En una de esas peleas me vine. Intentó reventarme al crío. Él dice que no lo hizo porque alguien le cogió de la mano.
Le dije que me llevara a Barcelona, porque yo tenía una tía allí. A mitad de camino paró, me dijo que me bajara del coche e intentó pillarme (atropellarme). Me tiré a una zanja. Paró, cogió un bote de gasolina y dijo que se iba a quemar.
Entonces empezamos a hablar. Yo entonces creí que sí, pero ahora sé que eso no era hablar.
Me llevó a Barcelona. A los pocos días vino a por mí. Que ya no lo iba a hacer más, que me quería… Me fui con él.
Como mis padres estaban preocupados les mandé una carta diciéndoles que todo iba bien y, antes de que llegase la carta a Molina, yo llegué en el autobús. (No explica las razones pero lo dejó porque continuaban las palizas).
Cuando el vino a hacer la mili aquí, volvimos a estar juntos (Tampoco da explicaciones, aunque me imagino que le diría lo de siempre: que la quería, que no lo iba a hacer más, etc.).
Pero ya, aquí, siguieron las peleas.
- ¿Tú pensabas que aquí iba a cambiar?
- Yo siempre pensaba que iba a cambiar. Que eran arrebatos y que era un enfermo.
Hay quien me ha dicho que yo aguanté por mis hijos. Mentira. Por mis hijos yo tendría que haberme separado antes. De hecho a los críos nunca los ha tocado. Pero lo presenciaban todo.
- ¿Tenía conductas violentas con otras personas?
- No. De hecho, cuando yo me separé el trabajaba en una empresa, y me decían: ¡Madre mía, cualquiera lo diría!
Pero el trato con el resto de la gente era amable, y si podía hacía cualquier favor. De hecho, cuando yo me he separado, he necesitado favores, se los he pedido y me los ha hecho.
Como amigo, muy buena persona, pero en la casa, ya te digo.
- ¿Nunca lo denunciaste?
- Dos o tres veces fui a denunciarlo, todo eso después de hacer la mili. Se venía detrás de mí…. (y no lo denunciaba).
Vivíamos en Archena. Casi siempre estábamos en casa de mi suegra, pero ella nunca me dijo nada (…)
Yo no trabajaba. No tenía problemas en darme el dinero que me hiciese falta.
Con sus hijos, nunca ha ejercido de padre: nunca lo han visto en un médico; ni en el colegio… Pero siempre que querían algo, él les daba el dinero.
Luego empezó a ir con queridas.
- ¿Les pegaba a ellas también?
- Yo no tengo constancia de que les pegara. Yo, a la última, que es con la que vive sólo la conozco por teléfono. Pero mi hermano que sí lo visita, dice que ella: “Sí bwana, sí bwana”. Le da la razón en todo (…).
Es un tío al que no se le puede llevar la contraria.
Porque yo siempre he pensado… Que yo era muy cría, porque si eso me pasa ahora, bueno, no me pasaría. Así, directamente, no me pasa. Pero yo que no sabía nada del tema; que nadie me había explicado nada del tema; que no se oía tanto en la tele…
Aparte, tenía a la familia: “Tú aguanta, tú aguanta. Todas las mujeres tenemos una cruz que llevar”.
Mi madre siempre me decía: “Por tus hijos, tú aguanta por tus hijos”.
Yo no aguantaba por mis hijos. Yo aguantaba por la esperanza de que cambiara, porque yo, en el fondo, lo quería.
Yo era una cría… Fue el primero y yo creía que me quería, pero luego me di cuenta de que, en el fondo, no era lo que yo creía que era.
Pero yo siempre tenía la esperanza de que cambiara… Desde la puerta del juzgado 2 ó 3 veces: “Por favor, no…”. Y he vuelto.
Vamos a intentarlo otra vez… Pero en cuanto le decía que no.
A los trece años, llegó un momento en que ya había acabado…
- ¿Qué cambió?
- Él no había cambiado, pero yo tenía sospechas, porque había noches que él no venía a dormir.
Y mi suegro habló con el dueño del piso en el que vivíamos y le dijo: “Tu hijo tiene querida”. Y me lo dijeron.
Entonces nos fuimos a la casa de la querida…
El me lo decía cuando no dormía en casa: “Estoy intentando romperle el virgo a una”. Pero como me lo decía así, yo no lo creía. Pero cuando me enteré…
Yo cogí el truquillo de decirle a todo que sí, y sin problemas.
La última vez que me pegó fue porque yo le pegué con un cenicero de hierro (…) y le hice una brecha así… (Lo señala). Y a partir de ahí nunca me tocó más. Me amenazaba, pero no me toco más.
- Cuando le pegaste ¿sabías lo de su amante?
- Poco a poco se me tuvo que caer la venda que tenía.
Cuando yo me enteré de que tenía una amante, ya no tenía ningún sentido. Él estaba con otra.
Él me propuso rehacer nuestra vida (seguir juntos, sin pegarle y con su amante), el por un lado y yo por otro, pero yo le dije que, aunque sabía que no me iba a faltar de nada, yo no servía para estar de querida o mantenida.
Yo estoy con mi marido porque lo quiero. Pero para que tú estés por ahí… Porque iba a todas las concentraciones de motos y me traía las fotos en las que aparecía él y su acompañante… Que no era yo.
Entonces llegó un momento, en el que se me cayó la venda y le dije: “Hasta aquí hemos llegado. Por las buenas o por las malas (llevábamos 13 años)… Y nos separamos por las buenas… Después, cuando lo he necesitado, siempre me ha ayudado.
- Imagino que a lo largo de los trece años, habría momentos en los que te dijeses: “se acabó. Ya no aguanto más…”.
- Sí, cuando iba al juzgado (dos o tres veces en 13 años), pero después volvía otra vez. No se me caía la venda. Yo pensaba siempre que podía funcionar; que él podía cambiar. Porque yo, en el fondo, quería que la cosa funcionase bien. Quería seguir con él, porque quitando los palos, que ya era una cosa gorda, en lo demás no era mala persona. Quitando el arrebato… Y si tú le decías: “Sí, sí, sí…”, era una balsa de agua. Lo que tú quisieras, lo que hiciese falta. Yo tenía la ilusión de que se solucionase… De que se diera cuenta de que con sus palos no se solucionaban los problemas (Otro de los síntomas del “síndrome del clan” que, además, también lo es del “síndrome de Eloísa”).
Pasaba la discusión, me daba la sesión de palos… Pero en el fondo, y con la perspectiva del tiempo y de estar fuera, lo único que me mantenía era la esperanza de que él cambiara y pudiésemos estar como una familia normal.
Lo que hizo que se me cayera la venda fue darme cuenta de que estaba con tías de verdad, que no eran fanfarronadas… Fue darme cuenta que llevaba muchos años con queridas.
Mis amistades lo sabían y no me dijeron nada (Se refiere al engaño, no a los malos tratos).
- ¿Sabían tus amigos que te maltrataba?
- Sí, me lo veían con los golpes.
- ¿Nunca te dijeron nada?
- No hablábamos del tema…
(La conversación continúa….)

Análisis de la conversación
Quisiera que nos centrásemos un poco en aquellas partes de la narración que he señalado en letra cursiva, con el objeto de poder delimitar los aspectos que necesitan una explicación que vaya más allá de lo psicológico y lo social, y se adentre en lo cultural, desde donde realizaremos a continuación un análisis estructural, tanto desde una perspectiva diacrónica como sincrónica.

1. La familia, los amigos, los que la rodean es decir, “los que importan”. ¿Conocían el maltrato? Sí, pero no intervinieron, no la ayudaron, ni aconsejaron. En torno a ella se crea como un vacío durante 13 años.
¿Dónde están su familia, sus amigos, sus vecinos…?
Si nos imaginamos el mundo en el que vive podemos darnos cuenta que durante ese periodo no tuvo a nadie a su lado, y con ese nadie no me refiero a alguien que le diese consuelo, sino a alguien que denunciase, que tirase del velo, que la obligase a darse cuenta… Quizás ni hubiera evitado el maltrato, pero seguro que hubiese impedido que se prolongase durante tanto tiempo.
- El hermano todavía sigue visitando al maltratador.
- El padre de él, sólo interviene para decirle que su hijo tiene una amante.
- El tío, pregunta y se lo dice a su padre, que va a buscarla.
- El padre de ella: que si no la quieres, me la devuelves (síntoma del síndrome del clan).
- La madre: tú aguanta, por tus hijos, por tu deber como madre y esposa (síntoma del síndrome del clan).
- La dueña de la pensión... ¿Denunció? ¿Y el portero? Sólo la amante.
- Y los amigos, conocidos, etc., brillan por su ausencia.
- Para todos, quizás, es la cruz que toda mujer debe soportar (síntoma del síndrome del clan).
Todo está rodeado de un silencio absoluto sobre la cuestión. Al fin y al cabo, es un asunto privado, de la familia, en el que nadie debe inmiscuirse, aunque se trate de intentos de homicidio. (Síntoma del síndrome del clan).

2. La víctima, sus expectativas, sus valores, sus deseos…
¿Podemos decir que la víctima se encuentra en una situación de soledad absoluta? Y sólo puede contar consigo misma, pero dentro de sí ¿qué encuentra, qué es lo verdaderamente importante, qué es lo que hay que salvar por encima de todo?
- Trece años de maltrato.
- En ningún momento lo llama maltrato.
- Sólo habla de los “palos”, palizas, etc. No hace referencia al maltrato emocional. Ninguna referencia al hecho de que no la dejase trabajar fuera de la casa (maltrato económico); que no la dejase salir con sus amigas ni visitar a su madre (aislamiento); o, simplemente, que no la dejase leer. (Síntoma del síndrome del clan).
- Es una cuestión de habilidades femeninas: cogí el truquillo. (Síntoma del síndrome del clan).
- Es una cuestión de enfermedad, porque él, al margen del maltrato, es una buena persona. (Síntoma del síndrome del clan).
- Los problemas no se solucionan con palos, sino hablando.
- Y todo, porque tenía la esperanza de que él cambiase, de ser una familia normal. (Síntoma del síndrome del clan).
- Se cae el velo, acaba todo, se separa cuando descubre que tiene una, o varias, amantes. Entonces, ya no hay solución, no hay esperanza,…, ya no hay familia.

Algunas conclusiones
Después de todo esto, estamos en disposición de describir esa “enfermedad cultural” que incide sobre las emociones, y que llamo síndrome del clan, cuyos síntomas más relevantes son:

1. La consideración de que la mujer es, en última instancia, la responsable y valedora de la esfera doméstica y, por eso, el deber de la madre y esposa, que no del padre y esposo, va más allá de los individuos.
De este modo, podemos comprender que la familia se configura como el espacio del DEBER de una mujer, lo que tiene que poner a salvo a toda costa sin renuncia posible.
2. La creencia de que lo masculino y lo femenino se complementan tanto desde la dimensión natural como social: hombre+mujer; esposo+esposa; madre+padre…
3. El convencimiento de que la complementariedad de lo masculino y lo femenino es la finalidad que debe definir el sistema de relaciones sociales. Sistema que se concreta en la familia como unidad nuclear y que es un reflejo de la naturaleza.
4. Dado que la esfera doméstica nuclear es un ámbito privado, quizás el único espacio privado en el que nadie ajeno a él debe inmiscuirse, la violencia doméstica es, tan sólo, un problema que se tiene (que tenemos…, en palabras de la mujer), una cruz que toda mujer, llegado el momento, debe soportar, y que se debe solucionar con diálogo, con cariño, con comprensión y esperanza.
5. La convicción de que todo agresor doméstico es un enfermo mental y/o social. Este último sentido hace referencia a la educación recibida por los hombres en una sociedad machista.
6. La conducta machista de los hombres, aunque no es deseable, sí esperable, por naturaleza y por cultura. Por eso se debe aceptar cierto dominio patriarcal sobre la mujer, dominio que puede ser atenuado como mínimo con armas de mujer…
7. Si unimos 4, 5 y 6, quizás dispongamos de una serie de descripciones que se pueda aplicar a aquellas mujeres que son o han sido víctimas de maltrato, pero en el caso de la mayoría de las mujeres no es una situación real. Yo nunca consentiría, nunca me dejaría, jamás permitiría… afirma rotundamente el 95,45%, de donde se puede deducir que la violencia doméstica, aunque es cognitivamente un problema social, es emocionalmente un problema individual, cuya última responsable es la mujer.

¿Cuántos síntomas de los descritos somos capaces de encontrar en nosotros?
En última instancia podemos aceptar que este conjunto de síntomas pueden ser concluidos o descritos para comprender el porqué una mujer puede sufrir maltrato durante 13 años, o toda su vida. Inclusive, podemos admitir que indagar las causas de la violencia doméstica es bastante más complejo de lo que parece a primera vista, pues no pueden reducirse éstas, simplemente, a la historia particular de agresores y agredida. Pero ¿podemos concluir que el síndrome del clan es padecido por todas las mujeres?
Llegados a este punto quisiera recordarles que no pretendo construir una teoría universal y necesariamente verdadera (lo cual es imposible cuando se trata de fenómenos humanos), sino un modelo explicativo válido que permita comprender el maltrato en función de las estructuras que determinan las relaciones de la mujer en el mundo.
Y en este modelo, la violencia doméstica nos aparece como un complejísimo sistema de relaciones que implica todo un modo-de-sentir y pensar el mundo. Y lo que es más importante, el modo en que las personas nos sentimos y nos pensamos en el mundo. Y estos modos son siempre en relación con: la maternidad, la pareja, la familia, los deseos, las costumbres, los usos, los prejuicios, la sociedad, la cultura, la naturaleza…
Demasiados contextos para que sea simple. Muchos condicionantes que transforman el maltrato en una trampa en la que las víctimas viven como posibilidad y, en millones de casos, como certeza.
El velo puede tardar años en caer, y en muchos casos (cuando el maltrato es fundamentalmente emocional) quizás no caiga nunca. Por eso creo que merece la pena por si acaso admitir que quizás esos síntomas sí están en nosotros, y este reconocimiento puede ser uno de los pasos más importantes para la lucha contra la violencia doméstica.

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