lunes, 29 de enero de 2007

Las emociones y la violencia doméstica

Carmen Gallano Petri, psicoanalista, decía en una conferencia que el problema de la violencia doméstica tieneuna magnitud que no conseguimos entender.
Yo diría que más que magnitud es una profundidad talque nos parece un abismo al que mejor no asomarse, por lo que pudiera ocurrir.
Desde este lugar yo les invito, precisamente a asomarse a dicho abismo y a encontrarnos con lo que somos en nuestra subjetividad y lo que somos como intersubjetividad.
Todos sabemos que existe la violencia y que, además, el mundo de la violencia, tanto por parte de los agresores como por parte de las víctimas es un mundo eminentemente masculino, salvo en el caso de la violencia doméstica, en el que mayoritariamente, los agresores son hombres y las víctimas, mujeres. (Véase, por ejemplo, Gelles, R.J., y Cavanaugh, M.M, “Factores sociales” en Sanmartín, J., El laberinto de la violencia, pp. 48-49, Ariel, Barcelona, 2004).
Incluso, en lo que se refiere al maltrato infantil y de ancianos en la esfera doméstica, la condición femenina sigue siendo un factor importantísimo a tener en cuenta:
a) Porque la mayoría del incremento en el maltrato a personas de la tercera edad se produce entre mujeres, con un aumento de casi el 167% entre los asesinatos en un periodo comprendido entre el 2000 y el 2003.
b) Porque aunque el maltrato infantil aumenta entre los años 2000-2004, mientras que en niños aumenta casi un 50%, en niñas lo hace en casi un 91% (Estos datos pueden consultarlos en www.gva.es/violencia, la página del Centro “Reina Sofía” para el Estudio de la Violencia).

No sería, por tanto, sorprendente afirmar que bajo estas manifestaciones de violencia (ancianos y niños) se oculta el maltrato a mujeres.

2.2. Definición de violencia y tipos de violencia domésticaAdemás, es necesario que tengamos en cuenta que no hay violencia accidental, sino que ésta es una conducta (activa/pasiva) que provoca daños, transgrede derechos humanos y busca el sometimiento y el control de la víctima (Torres Falcón, M., “Familia”, en Sanmartín, J., El laberinto de la violencia, pp. 77-78).
Desde esta perspectiva, ¿qué tipos de violencia doméstica podemos distinguir? :
- Física, que se realiza contra el cuerpo de la mujer y suele caracterizarse por ser progresiva en intensidad y frecuencia y por ser cíclica.
- Psicológica (asedio, control, aislamiento,…), que se realiza contra la autoestima de la mujer y provoca inseguridad y minusvaloración.
- Sexual, que se realiza contra la libertad sexual de la mujer, obligándola a realizar prácticas sexuales que considera, o le resultan, desagradables y lesivas.
- Económica, que se realiza controlando los recursos económicos y materiales, limitando el acceso de la mujer a los mismos.

Pero todos estos tipos, de violencia, de los cuáles la mujer sólo suele ser consciente del primero , resultan inexplicables, aunque se puedan describir, sin un contexto que los dote de significado. Porque ¿cómo es posible que la mujer no sea consciente del maltrato psicológico, sexual y económico y, además, aguante durante años el maltrato físico?
Ni la tipología establecida, ni la dimensión individual del problema pueden darnos una respuesta adecuada. Para ello debemos introducirnos en las estructuras que hacen posible las relaciones domésticas, y darnos cuenta que allí se desarrolla un tipo muy concreto de relación entre mujeres y hombres: la trong>complementariedad, que provoca un tipo de violencia implícita: la violencia emocional, que debe ser entendida como contexto a partir del cual deben ser pensados causa del maltrato.
¿En qué consiste la violencia emocional?
Las emociones son sentimientos de distinta intensidad y que son generados por ideas, recuerdos, situaciones, etc.
Son emociones, por ejemplo, la pasión, el humor, el afecto (amor y odio), etc. Y si bien es cierto que lo individual, el temperamento, es un factor importante para analizarlas, cuando lo hacemos debemos darnos cuenta que en esta dimensión sólo podemos describir el modo que tienen los individuos de manifestar normalmente las emociones.
En este nivel no hay ni pregunta por las causas ni posibilidad de respuesta. Ahora bien, si nos preguntamos por los modos de sentir (se) y pensar (se) en el interior del mundo y de nuestras relaciones con él (que incluye a los demás), nos estaremos preguntando por los modelos intersubjetivos que determinan nuestras emociones y, por tanto, por las causas de las mismas.
La conclusión es clara, las causas de la violencia doméstica no deben buscarse en la dimensión individual del fenómeno, ni tampoco en su dimensión social, sino en la cultura, en la propia estructura que posibilita el espacio de interacción entre los hombres y las mujeres, el ámbito de lo doméstico o lo que es lo mismo, la familia complementaria, entendida como el lugar donde los individuos se tornan sujetos socialmente hábiles. Donde todos aprendemos y aprehendemos esas habilidades necesarias para comunicarnos con los demás, que son como nosotros.
Nos desplazamos de este modo a la idea de complementariedad que debe ser entendida como un concepto que señala a los modos de pensarnos y sentirnos (ethos) en el interior de las relaciones domésticas, siendo, por tanto, el núcleo central desde donde entender la violencia doméstica como un fenómeno cultural.
3. El concepto de complementariedad como contexto
¿Qué tipo de relación se da entre mujeres y hombres en el seno de la comunidad?
No tengo dudas al respecto: de tipo complementario.
Esta afirmación tan breve es la que más problemas puede dar, porque aquellas personas con las que he podido discutir acerca de ella se han mostrado muy reticentes, y en algunos casos, hostiles a la hora de aceptar que las relaciones entre los hombres y mujeres sean complementarias. A mi modo de entender, la razón estriba en un aspecto fundamental: los prejuicios con los que hombres y mujeres nos miramos los unos a las otras y viceversa. Prejuicios que, además, vienen contextualizados por la propia complementariedad.
Dicho de otro modo, en un mundo estructurado complementariamente, como es el caso de las relaciones entre hombres y mujeres, no entienden lo que significa la complementariedad como estructura.
En efecto, si recurrimos a la definición de complementariedad, que nos ofrece la Real Academia Española en su Diccionario de la Lengua Española, nos encontramos con que significa: “Calidad o condición de complementario” y si, desde aquí, nos vamos a la definición de complementario: “Que sirve para completar o perfeccionar alguna cosa”, entonces podemos empezar a entender las suspicacias que levanta el concepto.
Digamos que la inmensa mayoría de las personas pensamos que los hombres están hechos para las mujeres y las mujeres hechas para los hombres, en el sentido de las medias naranjas. Es decir que ambos se completan en sus funciones biológicas y sociales y culturales. Menganito está hecho para Zutanita, y por eso forman una pareja ideal (el orden que debe ser). Entonces se casan (el orden continúa) y fundan una familia ordenada, en la que cada cuál cumple con el papel que le es propio y que completa al otro, ya sea como esposa y esposo, ya sea como madre y padre (que ordenaran la siguiente generación).
Desde aquí, se desarrollan dos posiciones:
1. Los que consideran que esto es un hecho de la naturaleza y, por tanto, la sociedad y la cultura deben reflejar esa organización, y si se da una supeditación de la mujer al hombre, esta responde al orden da la realidad.
2. Los que consideran que esto no es un hecho natural sino social y cultural, y si se da un dominio del hombre sobre la mujer, este se debe a que el mundo se construye masculinamente, contra la mujer.
Pero hay otra posibilidad, pero para entenderla hay que pensar la realidad, en todas sus dimensiones, de una manera sistémica. Hay que pensar en los individuos como procesos y no entidades. Es decir, pensar en un mundo en el que no se dan hombres y mujeres, como entidades distintas y distantes, sino esposo>esposa>esposo como proceso contextualizado por hombre>mujer>hombre, como proceso contextualizado por masculino>femenino>masculino......, como proceso contextualizado por la complementariedad.
En este sentido, la complementariedad no debe ser entendida en términos de individuos sino de relaciones. Y así, podemos entender que la relación entre, pongamos por caso, las leonas y las cebras (predador y presa) también es una relación complementaria, pero sólo puede ser definida en el interior de un entorno que la configura: la sabana.
Del mismo modo, cuando hablo de complementariedad como estructura de las relaciones domésticas, ésta no debe ser entendido como complemento o perfeccionamiento (esto es mito), sino también como dominio>sumisión>dominio. Y esto no significa qua las relaciones entre hombres y mujeres deban ser de este tipo, pero nos sitúan ante un hecho incuestionable, que este tipo de relación también está presente en la conformación de las relaciones domésticas. Y la gran modificación que hemos producido en todo el planteamiento, es que mujeres y hombres no son causa de las relaciones domésticas, sino efectos de las mismas.

2 comentarios:

Un soldado olvidado dijo...

Me ha encantado el planteamiento de la complementariedad, y en general el post, aunque creo que debo hacer una objeción: Yo sí creo que los elementos individuales y culturales influyen, y mucho, en la violencia doméstica.
Simplificando mucho: un exceso de testosterona y un déficit de serotonina convierten a un varón en un peligro andante, y una cultura violenta, donde nos pisamos unos a otros por ascender un peldaño, y vemos violencia todos los días en directo, ayuda a verla como algo natural. Añadamos a eso una cultura donde las frustraciones parecen algo extraordinario, en vez de ser algo necesario para la socialización, y tenemos un cóctel explosivo.

javier ortega dijo...

Estamos de acuerdo. Las características individuales, y la biográficas, si queremos especificar más, influyen.
Pero mi propuesta es ir al contexto en el que se producen las situaciones de violencia doméstica, para que nos demos cuenta de que con un contexto complementario es imposible que la mujer sea autónoma y, por tanto, pueda establecer un sistema de relaciones recíprocas.
Te invito s que leas la historia de Eloísa y contestes al cuestionario (ya lo han hecho muchísimas personas a lo largo de 5 años de investigación). Ahra bien, si eres un hombre haz el intento de contestar a las cuestiones como tú crees que contestaría una mujer.
Ya os comentaré los resultados.