Permítanme que les escriba el discurso que iba a leer con motivo de la concesión del premio al “Hombre Murciano del año que ha destacado por su trabajo a favor de la igualdad entre mujeres y hombres” otorgado por el Instituto de la Mujer.
Un discurso que iba a leer el día 8 de marzo en el Auditorio cuando me diesen el premio, pero que no voy a poder leer el día 17 en el Palacio de San Esteban, por cuestiones de protocolo (Ya no hay nada que ganar).
“Quiero aprovechar este lugar público de privilegio en el que me encuentro hoy, para darle las gracias a todas aquellas personas como Charo de CCOO, Pepa de UGT y Alicia del STERM, y a todas las asociaciones anónimas que, más allá de las fechas señaladas en nuestro calendario, trabajan todos los días del año en favor de la autonomía de las mujeres y en la defensa de sus Derechos a la paz, a la seguridad, a la integridad, al desarrollo y a la dignidad.
Quiero deciros a todas y a todos que hoy, como ayer y como mañana, es un día que debe ser señalado en el calendario con letras rojas. Es importante. Es necesario. Es una deuda que todos tenemos con ELLAS. Las que no están. Las que aun estando no sabemos hasta cuando estarán.
Hoy, día 25, 8 ó 17 de marzo, la memoria de nuestras muertas, que todavía no es memoria histórica, y esperemos que jamás deba ser exigido dicho reconocimiento, nos lo pide como pago de un silencio que se ha construido a través del sufrimiento continuo de muchas mujeres que han visto y siguen viendo conculcados todos sus derechos fundamentales, por el simple hecho de ser lo que son: MUJERES.
Despertamos con una noticia: “El suicidio es la principal causa de muerte entre las mujeres de 30 a 34 años”, que pasa inadvertida en el frenesí de la inmediatez de la política contemporánea. Esa mala política que se acaba en el ejercicio de su propia manifestación y que, por tanto, no entiende de derechos fundamentales ni de proyectos a largo plazo.
Pero no culpemos sólo a nuestros políticos, por infames que estos nos puedan parecer, pues al fin y al cabo no son otra cosa que nuestro propio reflejo hecho público. No son otra cosa que nosotros mismos con poder.
El estudio continúa y afirma que la causa del suicidio radica en la depresión que produce el hecho de intentar vivir la feminidad en un mundo de exigencias masculinas.
Finalmente se cierra la noticia constatando, que una de cada tres mujeres (de un total de 1600) pide ayuda al médico por ser víctima de violencia doméstica.
Y seguimos mirando hacia otro lado, como si no fuese con nosotros, ignorando el silencio trágico que rodea a todas las víctimas de maltrato, cuya presencia se manifiesta a través de titulares necrológicos en las noticias, frías estadísticas anuales y efímeros proyectos políticos que sólo aparecen en período electoral: ¡Una mujer, un voto! ¿Cuántos votos vale una mujer víctima de violencia de género?
Por desgracia nada de esto me es ajeno. Son ya 16 años estudiando el fenómeno de la violencia doméstica, y todo lo que está ocurriendo era previsible y por desgracia irá a peor.
Las mujeres siguen sin tener historia, sólo se les reconoce el cuerpo y éste está encadenado a unos valores de dominación masculinos que sirven de referencia y ante los que sólo cabe la sumisión, o por lo que vemos, también el suicidio.
Los problemas derivados de la condición femenina en la sociedad siguen sin ser (re)conocidos: ni por hombres, ni por mujeres; ni por jóvenes, ni por mayores. ¿Cómo solucionar un problema que “no existe”?
Y aún así, no le importa a nadie más allá del espectáculo sangriento de la noticia.
¿Hasta cuándo vamos a seguir siendo cómplices de tantas muertes y sufrimiento?
Como ciudadano, como hombre, como persona, como sujeto ético y político quiero exigiros que hagáis de la causa de la defensa de la mujer una causa ética y política propia. Pediros que con vuestro esfuerzo diario exijáis a los órganos competentes, a las administraciones locales, regionales y nacionales; a los políticos de todas las siglas, que también hagan de esta causa una exigencia ética y política de largo recorrido.
Porque la muerte de una sola mujer a causa de la violencia doméstica (o de género), debe hacer que sintamos una vergüenza atroz; una necesidad imperiosa de exigirnos justicia para todas las mujeres, más allá del acto concreto.
Porque la cuestión femenina es un asunto de Estado. ¿Cuándo vamos a asumirlo? ¿Cuándo se lo vamos a exigir a nuestros políticos?
Para terminar, un breve recuerdo emocionado y beligerante para todas aquellas mujeres que no pueden estar hoy con nosotros, porque han sido asesinadas o han muerto en el ejercicio de su propia condición femenina.
Tan sólo, CINCO SEGUNDOS de silencio.
Muchas gracias y recordad que con nuestro compromiso y nuestras exigencias otro mundo sí es posible.
Va por todas vosotras”.
viernes, 21 de marzo de 2008
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