lunes, 31 de enero de 2011

En los márgenes de la realidad

En España, y en el mundo, están ocurriendo muchos sucesos extraordinarios que fijan nuestra atención diariamente, llenan nuestras tertulias y acaparan todas nuestras reflexiones: la crisis (social, política y económica), los recortes del estado del bienestar, las cajas, el paro, los levantamientos sociales, la corrupción…
Todos estos asuntos son importantes, máxime cuando detrás de ellos se manifiesta el agotamiento de nuestro sistema democrático y de un mundo que, querámoslo o no, siempre se ha organizado en precario.
Pero junto a estos sucesos sigue ocurriendo, cotidianamente, lo de siempre, lo ordinario, lo normalizado: un goteo constante de mujeres asesinadas (por sus novios, maridos, convivientes, o –ex de distinto pelaje); redes de trata de blancas de alcance internacional ( Turquía, Camboya, México, Unión Europea, España, Japón, China…); aumento de paro femenino (más de un 39% de tasa de paro en mujeres de hasta 35 años); peores retribuciones salariales (la brecha salaria está en torno al 30%); violaciones masivas de mujeres más o menos reconocidas (véase, por ejemplo la situación de Haití donde el caos social ha disparado este fenómeno); el reconocimiento tácito de una función maternal exclusiva (la de cuidadora de mayores y menores dependientes que cercena el devenir político de la millones de mujeres en el mundo)…
En el margen de las noticias que diariamente sacuden nuestra conciencia, la situación de la mujer en el mundo sólo ocupa un lugar público y por ende un lugar central en algunos medios (convirtiéndose por ello en puro espectáculo), cuando alguna de ellas es asesinada, o cuando salen las cifras del paro femenino en comparación con el masculino, o cuando detienen a los cabecillas de una red de prostitución, o cuando se hace un informe de la condición sexual de la pobreza en Europa, o cuando llega el 25 de noviembre y el 8 de marzo.
Entonces sí, las nombramos, nos acordamos, fijamos cinco minutos de silencio y movemos la cabeza con resignación. Toda una plétora de conductas, gestos y poses marginales e inútiles, aun cuando sean bienintencionadas, que lo único que consiguen es poner un colofón dramático a la trágica noticia. Después, lo de siempre, se devuelve a la mujer al anonimato, a los márgenes de lo “verdaderamente” importante… hasta el siguiente asesinato.
Y así, un día tras otro, la vida de millones de mujeres en el mundo es puesta en peligro y cada mes, en nuestro país, algunas de esas mujeres pierden su vida entre el silencio, la impotencia y la ignorancia de una ciudadanía que ni sabe, ni entiende, ni quiere hacerlo.
Ya son seis las mujeres asesinadas. Cada una de ellas con nombre y apellidos, cada una tenía una vida que vivir y una historia que contar, aun cuando carecían de futuro. Su tiempo corría hacia atrás, y cada gota de su sangre ha reflejado ese tiempo que se perdía inexorablemente ante la vista de todos sus vecinos, familiares y conciudadanos.
Y así seguirá hasta que en febrero hagamos balance de los sudarios conyugales de este país. Y después llegará marzo con sus recuentos y abril, mayo…y en diciembre miraremos las cifras totales y nos seguiremos haciendo las mismas preguntas y diciendo las mismas estupideces de siempre ante las 50, 60, 70 u 80 mujeres asesinadas. Todo esto lo sé, lo sabemos. Lo vengo denunciando desde hace años, y sin embargo todo sigue igual. No se está haciendo nada por revertir la situación, por prevenir este fenómeno, por pensar un mundo en el que la violencia contra la mujer, en cualquier de sus manifestaciones, sea un fenómeno aislado, anormal y extraordinario, más propio de una historia personal que de una forma de organizarse en comunidad. ¿Para cuándo una intervención seria y rigurosa en todo el sistema educativo? ¿Para cuándo, simplemente, una intervención seria y rigurosa en la prevención? ¿Para cuándo un plan nacional organizado, coherente e integral, diseñado por gente competente que incida en las causas y no en los efectos? ¿Para cuándo unos instrumentos adecuados para la prevención?
No es solo una cuestión de dinero, también se necesita saber de qué se está hablando cuando hablamos de violencia contra la mujer. Y en este país, muy pocos saben, realmente, que significa decir que la violencia conyugal es una manifestación del sistema de valores culturales que configuran una comunidad en la que se subordina a la mujer (pérdida de autonomía) con respecto al hombre.
En fin, lo digo de otra manera, pero lo vuelvo a decir: hasta que no seamos conscientes de que debemos arrancar la condición de la mujer de los márgenes de la noticias; hasta que no tengamos claro que debemos convertir su causa, que es la nuestra, en el núcleo de una necesaria transformación del mundo en el que vivimos, poco futuro nos espera, porque cada vez que una mujer es víctima de la violencia conyugal, social y cultural, en cualquier lugar, este mundo es un poco más oscuro, triste y se acerca cada vez más aprisa a un destino de extinción.